Todos queremos un día más con vida. Es así de simple. Así de certero. Nadie quiere morir mañana, ni hoy, ni el mes que viene.
Yo a veces he querido morirme. Suerte que no lo he hecho. Suerte que no me dejaron. Hoy me aterroriza la idea de hacerlo. Me da igual que sea hoy, que mañana, que dentro de 50 años. Yo siempre quiero un día más con vida. Pese a todo. Pese a que a veces lo veo todo gris oscuro. Pese a que a veces me asfixio. Pese a que a veces estoy muy triste. Pese al paisaje. Yo siempre quiero un día más con vida.
Hoy, 4 de febrero, se celebra el Día Mundial contra el cáncer, una enfermedad que en apenas una década se convertirá en la primera causa de muerte en el mundo, según avanzan los estudios sociosanitarios. Todos hemos perdido o convivido con alguien que ha sufrido esta enfermedad, sobre la que afortunadamente se investiga y se avanza cada día en algún punto del mundo. Cada día más personas sobreviven con una calidad de vida mejor a esta dolencia, pero también cada día se detectan más casos.
Yo quiero un día más con vida, por eso, cada seis meses acudo regularmente a mis revisiones. Hoy, casualmente, será uno de esos días. Me levantaré temprano y acudiré a la Unidad del mama del Hospital La Fe, donde me atienden desde hace años con inmejorable profesionalidad y cariño. Antes, lo hacían de la misma manera en el Hospital Virgen de la Luz de Cuenca. La noche de antes, probablemente, no dormiré. Media hora antes de entrar a ver al doctor, o al radiólogo, me sudarán las manos. Un rato después, sentiré mareos. Pero cuando recibo el «está todo bien, nos vemos en la próxima revisión», no puedo evitar derrumbarme.
Mi madre, Mariví, murió a los 40 años, cuando yo tenía 15. Ella no tuvo tanta suerte, aunque también se revisaba. Lo suyo fue otra historia. Yo me consuelo pensando que tuvimos muy mala suerte. Hoy, 20 años después, yo no he fallado a ninguna revisión. Las paso desde los 18 años. Primero ecografías cada año, luego cada seis meses y ahora, mamografías. Desde hace unas semanas, he entrado en un programa genético para poder concretar el grado de familiaridad de los tumores y poder dar un respiro a mi imaginación. Pero, si el cáncer llega, que no tiene por qué hacerlo, no quiero que me pille desprevenida.
Los que me conocen saben que cada vez que tengo revisión vivo la consulta como una última oportunidad. Así de dramático. Una última oportunidad antes de saber que esta vez sí. Nunca pienso que esta vez, tampoco. Aunque siempre es que no. Al principio, me preocupaba la idea, me angustiaba llegar tarde a un diagnóstico que siempre había considerado seguro. Hasta que la vida te pone enfrente a especialistas maravillosos que dirigen tu camino hacia el mantra de que la prevención funciona siempre mejor que la improvisación cuando hablamos de medicina. Yo no tengo más posibilidades que tú de tener cáncer, así de sencillo. Así me lo dicen mis médicos. Y así es la realidad. Pero puede que si algún día lo tengo, tenga menos probabilidades que tú de morirme. Porque yo lo sabré a tiempo. Porque yo habré querido prevenir. Porque yo habré querido saber. Porque yo habré querido un día más con vida. ¿Quién no lo quiere?
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