Yo confieso. Tengo absoluta devoción por las matrioskas. Las muñecas rusas de madera que albergan en su interior a otra más pequeña y así hasta el tamaño pegote. Me dan ternura, me hacen sonreír, me ponen nostálgica. En definitiva, me hacen muy feliz. Por eso, procuro tener siempre una cerca. A estas alturas a nadie se le escapa que vivo rodeada de estos personajes, pero pocos han sido los que se han atrevido a pronunciar las palabras mágicas: ¿Por qué te gustan?
(Abajo os dejo una galería de las que he recopilado).
La primera muñeca rusa llegó a casa en 1989, aunque venía de Estambul. Yo tenía entonces cinco años y ni siquiera fue un regalo para mí, sino para mi madre. Aún recuerdo cuando mi prima (hoy en día una hermana para mí) llegó del viaje de paso del ecuador con medio gran bazar en la mochila. A mí me cayó un disfraz de las Mil y una Noches que dio vueltas por casa durante un par de días. El tiempo que tardé en cansarme del chalequito rosa con apliques dorados y de los bombachos de raso. A mí lo que me fascinó fue la matrioska. Jugué con ella desde entonces. Una clásica, amarilla con falda roja y flores en el delantal, de siete piezas. Con los años, ocupó lugar preferente en la decoración del salón de mi casa.
En 1989 también empecé a estudiar ballet a regañadientes. Imagino que mi madre creyó que era la actividad ideal para domar los nervios de la fierecilla de la casa y aprender una disciplina que me ha acabado convirtiendo en alguien con un método para casi todo.
Años después mi madre me llevó a ver un ballet ruso de los muchos que colonizan los teatros de medio pelo en Navidad. Mi primer ballet trajo a mi vida mi primera matrioska rusa. Llegada de Rusia, como el ballet. Un pequeño trozo de madera sin descendencia que compramos en el hall del auditorio, entre souvenirs de hoces y martillos. Hija única, como yo entonces. Y la guardé para siempre como un tesoro. Como recuerdo de una época en la que fui muy feliz.
Yo confieso de nuevo. Fui una niña fui muy feliz. Con el ballet y con las matrioskas. Y fantaseando con la idea de ser bailarina. Y con que mi madre me llevara a ver un ballet ruso de verdad. Y con ir a Rusia. Y con que me viera bailar en un teatro. Aunque nunca pudo llevarme. Ni regalarme más muñecas rusas. Pero con todo lo que hizo fui muy feliz. Yo tampoco fui bailarina, ni bailé en un teatro. Pero sí fui a Rusia, y vi ballets por todo el mundo y compré más matrioskas.
Las muñecas rusas me recuerdan a mi infancia. A mis primeras zapatillas de ballet. A mi tutú amarillo, a las clases de música… a mi madre. Con los años he conseguido reunir todo tipo de cosas con su forma o su dibujo. Unas veces, compradas por mí, pero la mayoría, regalo de la mucha gente que me identifica con esas coloridas muñecas. Tengo sacapuntas, cucharillas medidoras, tazas, una sujetando la puerta del salón en el suelo, collares, pendientes, la funda de mi teléfono, post it, libros, llaveros y hasta bolas de Navidad… He estado en Rusia, guardo todas mis puntas de ballet desde los doce años, he visitado el Bolshoi, he comprado objetos con muñecas rusas, me he perdido en las calles de Moscú buscando el museo nacional de las matrioskas (pero lo encontré!), he aprendido a hacerlas (gracias hamiga Isa Castelló), a pintarlas, he estado en el Marinski, he visto media docena de veces al Royal Ballet en acción, me sé de memoria El lago de los cisnes, tengo tropecientos DVD de Tamara Rojo, cocino con un delantal de una matrioska, he visto bailar al American Ballet y elegí las muñecas rusas como cabecera de este blog, pero nunca me he atrevido comprar una matrioska clásica, como la que me compró mi madre ese día. Ni como la que mi chacha nos trajo de Estambul en esa época en la que yo fui tan feliz. Esas que siguen en la estatentería de casa recordándome que un día yo quise ir a Rusia y acabé pisando la plaza roja.
Los sueños a veces se cumplen.
P.D: Todos tranquilos. Mi casa no es un museo de los horrores ni duermo abrazada a una matrioska.
A mi amiga Rosana por el sacapuntas, a Mercedes Sanchordi por su broche y collar, a mi compañera Lulú por su pulsera, a Dani Valero por haber añadido la última a mi colección, a mi cuñada por mi mochila, a María Ruiz por mi set de manicura, a mi gran compañero Juan Nieto por darle una hermana rubia a mi pimentero, a mi Gorka por llevarme a Rusia, a mi chacha por traerme la primera matrioska, a mi suegra por mi delantal, a María Tormo por el cabecero de este blog, y a mis muchas profesoras de ballet por no dejarme llorar aunque me dolieran los pies, a mi amigo y MD Hèctor Molina por hacerme la pregunta que da lugar a esta historia, a los que me dejo, y a todos los que alguna vez os habéis acordado de mí al ver una matrioska. Pero sobre todo a mi madre, porque un día me hizo como soy.
GALERÍA DE FOTOS:
Puesto callejero en San Petersbrugo /M. H.
Precioso post, Marta. Muchas gracias por la mención. Me hace sentirme un poco parte de esta historia.
Saludos,
Marta siempre que te leo disfruto mucho con tu relato; hoy de nuevo ha sido así y me has hecho reflexionar acerca de lo importante que son las pequeñas cosas, las cosas sencillas si esas cosas se hacen o se suceden junto a las personas más especiales, junto a las personas que quieres.
También quiero decirte que cada uno de nosotros somos un compendio de muchas cosas, y que en un gran porcentaje va lo aportado y enseñado por nuestros padres, por eso y conociéndote a ti estoy seguro de lo grande y maravillosa que ha sido tu mamá.
Te mando un beso gigante. ;)
He leido vuestro articulo con mucha atecion y me ha parecido practico ademas de facil de leer. No dejeis de cuidar esta web es buena.
Saludos
Estoy entusiasmado de encontrar posts donde hallar informacion tan necesaria como esta. Gracias por poner este articulo.
Saludos